Aquel balón sobrevoló mil
ilusiones concentradas en un campo de fútbol. Toda una marea blanquiazul
enarbolando una bufanda y rugiendo al unísono. Ese era el espíritu de las
grandes batallas que hace un tiempo eran santo y seña de la corona zaragocista.
A todos los amantes del fútbol y, en especial a los aragoneses, se nos quedó
grabado aquel 10 de mayo de 1995. El escenario; un Parque de los príncipes ahora despojados de su identidad y en manos
de un jeque. Enfrente, once cañones dispuestos a no conceder tregua alguna.
Pero el león nunca se amedrentó. No fue hasta el minuto 120 del partido cuando
aquellas fieras se convirtieron en el animal más manso que pudiera existir,
llorando como no lo hicieron nunca ni lo harán. La nobleza y el valor que un
día caracterizó al equipo aragonés quedan anclados ahora en la bandera y en la
memoria de todos. Nos aferramos a un pasado para cegar nuestro negro futuro. Y
miramos al presente con una esperanza nociva de lo que nunca será y pudo haber
sido.