Incomprensión al descubrir las
mofas que todos hacen y tú no puedes. Si formamos parte de un juego no me
explicaron qué reglas tengo que acatar. Las fichas en la casilla de salida y yo
en la cárcel más profunda. Los puñales de los personajes ya no los esconden,
ahora los llevan por delante, ya no recibes solo por la espalda, sino por todos
los lados. Luego me preguntan por qué me alejo tanto y me mantengo tan al
margen de la acción, ya sea jocosa o relajada.
Qué ocurre cuando perteneces a
ese grupo de personas que son constantemente etiquetados, pero qué pena que
nadie tenga buena puntería, los fallos me remiten a ello. Al final acabas
optando por ser poco cercano, construyes una cerca que te evade de la multitud.
Y no es extraño que luego lleguen
tardes de reflexión, esos días que das mil vueltas a todo hasta no llegar a
nada realmente. ¿Soy yo el malo? ¿Soy el protagonista de alguna conspiración en
mi contra? Ya empieza el baile de ideas, de números, de retratos, de imágenes…
Crees pertenecer a una especie de subcultura que no tiene cabida en ningún
grupo numeroso en el que poder interactuar sin ser un actor de segunda. Una
vida entera dedicada a no sentirte solo y darte cuenta de que es lo mejor que
sabes hacer.
Juicios y prejuicios abordan cada
esquina al pasar. Resulta muy difícil encajar en cualquier sistema compuesto
por sólidos engranajes que no permiten la entrada de materiales traídos de otro
lado que no sea la sede oficial. Te conviertes en un robot que manejan otros con
sus mandos a distancia, no importa donde estés, las ondas llegan allá donde
estés. Izquierda, derecha, agacha, pero no respeta. Juguetes en manos nada
inocentes y que de ingenuos no tienen nada, aquí la ingenuidad la posee el
propio objeto, en este caso, ése eres tú, al que arrastran cuando quieren, el
que acata sin obedecerse a uno mismo, un auto ataque similar al harakiri.
Ahora te quedas solo, escribiendo
para pasar el mal trago, aumentando temores que retrasan las buenas sensaciones
que un día saboreaste. Te retiras de cualquier pelea y discusión, más tarde te
conmueves al recordar lo frágil que puedes ser y que, a este ritmo, será tu leitmotiv.
Siempre lo mismo, se repite lo
mismo de siempre, esto ya lo he vivido, ¿un dejavu? Para qué pensar si luego
actuarás de la misma manera. Si te intentas convencer acabas retorciéndote en
el puro dolor, aquel que nace de tu cabeza, tu mayor enemigo que siempre te
acompaña y te vigila. Por lo tanto no te hagas caso, actúa siguiendo instintos
para nada humanos porque serán éstos los que te impidan hacer lo que realmente
quieres.
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