jueves, 4 de octubre de 2012

HOY ME BAJO AQUÍ



La llegada del verano implica dos conocidas situaciones: Las canciones baratas y el resplandeciente sol justiciero de horas infernales. Tenemos una misión; culminar nuestras obligaciones lectivas, tras esto, no se nos ocurre mayor iniciativa que desmayarnos en el césped, arena, suelo, toalla, cemento… que más da si el calor aborda cualquier esquina habida, cuando la aridez carece de sentido. La habilidad que se nos ha conferido para poder trasmutarnos -pasando de un blanco nuclear a un tono tostado de piel- es algo que conlleva una gran responsabilidad. Somos superhéroes anónimos con encargos a débito que solo cada uno de nosotros puede superar y, si acaso, devolver lo dado.

Lo bueno que cabe alcanzar en esta cruda realidad de crisis política, además de económica, es todo aquello que no nos supone ningún gasto monetario, únicamente de nuestro, cada vez menos preciado, tiempo. Aquí entra en juego el factor 30, una protección contra un ataque solar que nos defenderá, como si fuese una armadura, para aguantar los dimes y diretes de un diálogo inexistente entre nuestro cuerpo de reptil y la estrella más caliente.

Pese a todas estas prevenciones, nos merecemos bajar de vez en cuando en esta estación y emprender la huida a la relajación. Uno se acostumbra a estar harto de una sociedad repleta de decisiones inverosímiles, y cuando, por fin, llega la ansiada escapada veraniega, es un soplo de aire, a pesar de la inexistencia de éste en el ambiente. Se trata de la época del año animadora de nuestras aspiraciones; nos encontramos más dinámicos, menos pesados, más deseosos de ofrecer placer, porque si la primavera la sangre altera, en verano nos mantenemos en todo lo alto de la montaña. Nos sentimos dioses en la mortandad efímera de la vida.

Nada parece echarnos atrás, con el primer rayo de luminiscencia solar sufrimos una inyección de antidepresivos vía cutánea. Todo parece ir más rodado con un tiempo favorable, sol controlable, un paseo matutino. Nos sentimos mejor con nosotros mismos y nos vemos relucientes, y lo exportamos al exterior de forma tan gratuita como la garantía de que estamos en lo correcto cuando elegimos qué hacer, cómo, dónde y con quién hacerlo.

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