Lloro y río, desespero con gozo, canto a la muerte, me divierto tan solo con enojarme. Es la sensación extraña y abrupta de concebir todas estas acciones como un único suceso. Un hecho que muchos separatistas distinguirían con una línea gruesa, y que yo, sin embargo, las entiendo como algo que aparece en su invisibilidad. A veces viene la rabia, no sabes el porqué, solo oyes cómo los minutos te recuerdan que tu estado esta enrabietado.
Y no está bien que a tu cuerpo le
invadan unas apetencias maniático compulsivas de querer romper algo. Yo al
menos pienso que al esparcir en mil pedazos los trozos de ese jarrón que hay en
el salón pueda aliviar mi cabreo y pasar al siguiente nivel en la escala de
esta patología. Más tarde llegan las escapatorias, huidas y el rehusar de todo
aquello que implique dar cualquier tipo de explicación; ¡Qué sabrán ellos! Cada
uno a su ritmo en un compás de cuatro
por cuatro anormales.
El afán por irte, marchar a
ningún lado, pero, al fin y al cabo, desaparecer entre la multitud. No tener
que mirarme al espejo y apaciguar el instinto de marcar mis nudillos en mi
reflejo para luego observar como se llenan de sangre. Y el que está detrás de
ese cristal lo sufre de igual forma.
Quiero poder hacer cosas que nunca
quise no poder hacer y, de las cuales jamás creo que pueda poder hacer porque
este mundo te obliga a hacer todo aquello que no querías hacer para no poder
hacer lo que realmente te propusiste llegar a hacer. Cómo se es capaz de
sentirte un único peón en una sociedad de alfiles que custodian reyes. Las
leyes que debes regir para no ser apartado pero, si lo meditas, eso es lo que
añoras; el apartarte de aquello que te acaba cansando.
Porque la vida lo que realmente
es, y aquí cito una escena de una gran “pequeña” película: “La vida es un
concurso de belleza detrás de otro”, y eso es; nada más.
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