Lo difícil, en la mayoría de las
ocasiones, es ir despacio. La rapidez nos puede, y la vagancia nos salvaguarda
cuando la energía desfallece. El último recurso es apelar a la suerte y, que
los astros coincidan en su mirada hacia nuestra acción estelar. La casualidad,
en contadas situaciones, hace acto de presencia para separar las nubes e
iluminar lo que, con tan poca concentración, le dedicamos un ligero gesto como
de estreñimiento.
Algunos valientes perseveran en
su idea de no dejar nada a la improvisación. El azar conlleva la esperanza en
algo que no percibes, creencias en una fe con demasiados devotos que casi nunca
salen favorecidos. La constancia de uno mismo en lo que uno haga, el superar
obstáculos, ya sea saltando, nadando, corriendo o luchando, te curtirán en el
aprendizaje de lo que significa la vida. Decaerse no es de débiles, achacar
errores y fallos forma parte de la evolución, pero el levantarte y seguir
corriendo conviértelo en santo y seña en tu diario.
Sí, la verdad es que los muros
existen, pero se mantienen firmes para su pausada escalada hasta sobrepasarlos.
Nos quejamos de todo y se ríen de nosotros pero, el desafío es continuo y solo
tú ganas o pierdes porque compites contra ti mismo. El entrenamiento es el alma
de cualquier actividad a ejecutar. La meta siempre en mente y el camino, pese a
estar repleto de vallas, es un ligero paseo si el entrenamiento y la voluntad
hacen mella en nuestra cabeza. La superación debe formar parte de nuestro día a
día sin que nos llegue a causar reparo ni fobia alguna.
Ya puede ser juego en equipo, o
trabajo exclusivamente individual, que la implicación personal debe ser la
misma, pese a discrepancias halladas. El objetivo está ahí, el esfuerzo es la
mejor dieta cuando tienes un propósito que cumplir situado entre ceja y ceja, a
menos que seas el estadounidense jugador de baloncesto Anthony Davis, en cuyo caso este último comentario no sirve.
Ante
todo seguir haciendo lo que a uno le apasiona desde una perspectiva continua y
sobrellevando altibajos, porque en esta vida nos convertimos en alpinistas de
nuestros propios miedos, y dueños de nuestras decisiones. Por ello, la fuerza
bruta casi nunca lleva a buen puerto, solo con largas brazadas alcanzarás la
orilla. Y como me dijo una vez mi abuelo: “Más vale tarde que nunca”.
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