domingo, 12 de agosto de 2012

MÁS VALE MAÑA QUE FUERZA






Lo difícil, en la mayoría de las ocasiones, es ir despacio. La rapidez nos puede, y la vagancia nos salvaguarda cuando la energía desfallece. El último recurso es apelar a la suerte y, que los astros coincidan en su mirada hacia nuestra acción estelar. La casualidad, en contadas situaciones, hace acto de presencia para separar las nubes e iluminar lo que, con tan poca concentración, le dedicamos un ligero gesto como de estreñimiento.


Algunos valientes perseveran en su idea de no dejar nada a la improvisación. El azar conlleva la esperanza en algo que no percibes, creencias en una fe con demasiados devotos que casi nunca salen favorecidos. La constancia de uno mismo en lo que uno haga, el superar obstáculos, ya sea saltando, nadando, corriendo o luchando, te curtirán en el aprendizaje de lo que significa la vida. Decaerse no es de débiles, achacar errores y fallos forma parte de la evolución, pero el levantarte y seguir corriendo conviértelo en santo y seña en tu diario.

Sí, la verdad es que los muros existen, pero se mantienen firmes para su pausada escalada hasta sobrepasarlos. Nos quejamos de todo y se ríen de nosotros pero, el desafío es continuo y solo tú ganas o pierdes porque compites contra ti mismo. El entrenamiento es el alma de cualquier actividad a ejecutar. La meta siempre en mente y el camino, pese a estar repleto de vallas, es un ligero paseo si el entrenamiento y la voluntad hacen mella en nuestra cabeza. La superación debe formar parte de nuestro día a día sin que nos llegue a causar reparo ni fobia alguna.

Ya puede ser juego en equipo, o trabajo exclusivamente individual, que la implicación personal debe ser la misma, pese a discrepancias halladas. El objetivo está ahí, el esfuerzo es la mejor dieta cuando tienes un propósito que cumplir situado entre ceja y ceja, a menos que seas el estadounidense jugador de baloncesto Anthony Davis, en cuyo caso este último comentario no sirve.

Ante todo seguir haciendo lo que a uno le apasiona desde una perspectiva continua y sobrellevando altibajos, porque en esta vida nos convertimos en alpinistas de nuestros propios miedos, y dueños de nuestras decisiones. Por ello, la fuerza bruta casi nunca lleva a buen puerto, solo con largas brazadas alcanzarás la orilla. Y como me dijo una vez mi abuelo: “Más vale tarde que nunca”.

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