Qué sensación de
incomodidad aflora con la contaminación, sobre todo la que emana del ruido. Nos
acostumbramos tanto a oír de todo, que apenas nos sabemos ubicar cuando no
escuchamos nada. Un taladro incrustado en el cráneo que no para de martirizar y
de abonar desasosiego emocional. La búsqueda del vacío sonoro es clara y
reconstituyente. Unos instantes de soledad momentánea que te ayudan a
establecerte como persona en esta sociedad de las prisas hacia ninguna parte. Me
salvan las situaciones tranquilas dedicadas, entre otras cosas, al escribir por
escribir. Una práctica en constante depresión que ahuyenta a enemigos y
conocidos.
Los pinchazos acaparan la
pertenencia a cualquier grupo humano, la paciencia termina en la impaciencia
propia por salir de un infierno vital al que estás sometido por conveniencia. El
regirse por los demás implica el desvanecimiento de una de las grandes claves
que nunca debería desaparecer, la soledad. “Mejor solo que mal acompañado”,
dicen algunos; y yo les contesto que en circunstancias no ocasionales: “mejor
solo que bien acompañado”.
Es cansado tener que
dar explicaciones varias por algo que solo tú piensas y dudas en que los demás
puedan llegar a comprender. El proceso de reflexión interno, con uno mismo, no
es comparable con ningún diálogo, por profundo que sea éste. El feed-back inconcluyente al que avocamos
siempre al fracaso por el mero hecho de no querer comprendernos los unos a los
otros, se trata de conversaciones dictaminadas por la educación, pero que pasan
como mero trámite personal para continuar con nuestra caminata.
Un paseo entre
naturaleza, lo puro se nos apresenta de forma voluntaria y casi sin utilidad
musical. Olores y percepciones visuales ganan la partida a nuestras escuchas
sin oídas. Por eso, a veces lo mejor es huir al monte en una no averiguación de
reprochables comentarios, solo inofensivos silbidos con significado desconocido
que recuerdan que pertenecemos a otra especie animal, y como seres humanos que
somos a veces ni nos entendemos nosotros mismos, sin embargo nuestro sonido
expulsado suena realmente estridente frente a los originarios de otros
animales.
Un grito desgarrador es
la solución, muchas veces, a pequeños susurros malintencionados con intención
agarradora de intenciones malditas. Un último aliento, apuntado hacia el techo
formador de un lecho de nubes, sin respiración asistida.
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