jueves, 23 de agosto de 2012

SE NOS VA LA FUERZA POR LA BOCA


Qué sensación de incomodidad aflora con la contaminación, sobre todo la que emana del ruido. Nos acostumbramos tanto a oír de todo, que apenas nos sabemos ubicar cuando no escuchamos nada. Un taladro incrustado en el cráneo que no para de martirizar y de abonar desasosiego emocional. La búsqueda del vacío sonoro es clara y reconstituyente. Unos instantes de soledad momentánea que te ayudan a establecerte como persona en esta sociedad de las prisas hacia ninguna parte. Me salvan las situaciones tranquilas dedicadas, entre otras cosas, al escribir por escribir. Una práctica en constante depresión que ahuyenta a enemigos y conocidos.

Los pinchazos acaparan la pertenencia a cualquier grupo humano, la paciencia termina en la impaciencia propia por salir de un infierno vital al que estás sometido por conveniencia. El regirse por los demás implica el desvanecimiento de una de las grandes claves que nunca debería desaparecer, la soledad. “Mejor solo que mal acompañado”, dicen algunos; y yo les contesto que en circunstancias no ocasionales: “mejor solo que bien acompañado”.


Es cansado tener que dar explicaciones varias por algo que solo tú piensas y dudas en que los demás puedan llegar a comprender. El proceso de reflexión interno, con uno mismo, no es comparable con ningún diálogo, por profundo que sea éste. El feed-back inconcluyente al que avocamos siempre al fracaso por el mero hecho de no querer comprendernos los unos a los otros, se trata de conversaciones dictaminadas por la educación, pero que pasan como mero trámite personal para continuar con nuestra caminata.
Un paseo entre naturaleza, lo puro se nos apresenta de forma voluntaria y casi sin utilidad musical. Olores y percepciones visuales ganan la partida a nuestras escuchas sin oídas. Por eso, a veces lo mejor es huir al monte en una no averiguación de reprochables comentarios, solo inofensivos silbidos con significado desconocido que recuerdan que pertenecemos a otra especie animal, y como seres humanos que somos a veces ni nos entendemos nosotros mismos, sin embargo nuestro sonido expulsado suena realmente estridente frente a los originarios de otros animales.

Un grito desgarrador es la solución, muchas veces, a pequeños susurros malintencionados con intención agarradora de intenciones malditas. Un último aliento, apuntado hacia el techo formador de un lecho de nubes, sin respiración asistida. 

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