Con el
asentamiento del habla y las palabras nacieron las opiniones, le siguieron las
expresiones, y se impusieron las locuciones separatistas. Hablo de acusaciones
usadas como muletas para lisiados de la habladuría mundana. De cuando en
cuando, el apoyarse en una frase afilada corta de cuajo toda relación con el
oyente. Sentenciamos con dictámenes como, “trabajar como un negro”, “correr
como un negro”, “cuento chino”, “merienda de negros”. Y si acaso esto no nos
hace llamar la atención reclamaremos la ayuda de rumanos para partir
piernas.
Hemos
sufrido el legado del pasado que aun arraiga en nuestra arcaica educación.
Mientras no se de un gran cambio, las actitudes, al igual que las aptitudes
para la tolerancia a la diversidad racial, continuarán siendo un tema tabú. Ni
siquiera usamos eufemismos, salimos impunes utilizando vocablos extremadamente
racistas, homófobos, machistas e hirientes, que convertimos en algo casual y
común en nuestra sociedad. Se nos ha diagnosticado empatía amnésica; nos damos
cuenta de lo poco equitativa e injusta que es la vida durante unos efímeros
segundos. Ése es el único momento de nuestra existencia en el que nos
convertimos en luchadores de la igualdad, en esa minúscula porción de tiempo que
ni de lejos es equiparable a la labor por humanizar que realizan algunos
grandes altruistas de la generosidad.
Por
eso, la pluralidad del lenguaje ayuda a crear la desigualdad, el jugar con las
palabras para maltratar sentimientos sin necesidad, y que degeneran en una
sociedad con finalidad luchadora por ser la más vulgar de entre todas las
demás. Al fin y al cabo ¿por qué nos sacia más el fracaso del musulmán si eres
cristiano, africano, si eres caucásico, adulto, si eres joven, que nuestros
éxitos en la vida? Estamos equivocados en lo que a conciencia respetuosa y
pedagógica se trata; hasta que se produzca un cambio generacional con nuevas
ideas de cabezas no perturbadas por otros, el camino seguirá siendo pedregoso
y, sobre todo, repleto de mala hierba creciente e inmortal.
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