Como una vela
que se consume en su último aliento, así nos consumimos en el consumismo bajo
las ordenanzas de un alter ego superior que ni siquiera sabemos quien es.
Envueltos de gente como si de un manto se tratara y, atrapados en lugares como
si en un ataúd nos encontráramos. Es así como transcurre la trama de una de las
obras maestras del novel director español Rodrigo Cortés. Como si fuésemos
destinados a ser simple mercancía en una sociedad basada en las diferencias. El
guión de este film claustrofóbico lo escribió Chris
Sparling y vagó durante un tiempo por algunos departamentos de Hollywood hasta
que cayó en las manos de un valiente español. Fue un hito el cómo se puede
mantener atenta a una masa con solo mostrar un escenario, las minuciosas
descripciones visuales que hacen que te sientas involucrado en la batalla in
terna que sufre Paul Conroy, el personaje principal. No destriparé el final,
pero queda claro cuánto merece la pena arriesgar por una persona que solo
pretende ganarse la vida y cuidar de su familia. Nos vemos obligados a ser
conducidos por los demás, mil tareas por hacer y muchas veces sin conocer el
motivo.
No podemos salirnos del rebaño porque nos mirarían
mal, muchas veces pienso si vivimos voluntariamente, o estamos inmersos en la
novela 1984 de George Orwell y existe
un Gran Hermano llamado: Los casi innombrables mercados, la publicidad, la
inyección de miedos a la gente, la rutina, las tradiciones, religión, sumisión…
Quizás nuestra vida es un guión que ya está escrito e incluso filmado. Y si no,
que se lo digan al fotógrafo británico en cuyo DNI se encuentra impreso el
mismo nombre que el protagonista de la película (Paul Conroy) y, que a diferencia de ser secuestrado por
irakíes, en este caso fueron los Sirios, según informó el periódico The Times.
A veces la realidad y la ficción no se encuentran tan
separadas y es un fino hilo lo que las une y, otras veces fingimos la realidad
a través de una seudo experiencia basada en crear lo que llaman reality. Programas en los que aunque me
esfuerce por buscar una explicación a su existencia, no logro desarrollar
pensamiento positivo alguno destinado a Gran
Hermano, Jersey Shore, Supervivientes, Alaska y Mario… y una larga lista de
deshechos televisivos que provocan que nuestro cerebro se atrofie hasta su
completa desconexión. ¿En qué mundo vivimos si seguimos visualizando estos hits de la televisión? Y lo más
preocupante es eso, que se han situado en el vértice de la pirámide de la
audiencia. No veo sentido a convertirnos en un Gran Hermano superior, como en
la novela de Orwell, para casi presenciar lo que sería un experimento de ratas
de laboratorio, pero trasladado a unas paredes con tabiques y más de una
horteradas distribuidas por el espacio de una casa infestada de cámaras. Si lo
llego a saber voy a buscar a Paul Conroy y me meto con él en ese claustrofóbico
ataúd. Al menos así las únicas imágenes que vería serían las creadas por mi
propio pensamiento, que seguro no son tan enrevesadas y falsamente creadas como
las de los realities de televisión.
Buenas noches, hasta mañana.
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