¿Qué es eso que vuela, es un pájaro, un avión, Supermán? No, es el tiempo. Un cronómetro sin botón de pause y al que echas mano en cualquier momento. Flexible como los despidos, rígido en cuanto a sus formas y, tan engañoso que se convierte en la envidia de cualquier político, una utopía cada vez más cercana. El tiempo juega con nosotros, es nuestro banquero particular aunque generalizado, el tiempo es oro.
Un especialista en medicina
encargado de los dolores físicos y psíquicos, el tiempo lo cura todo. Vuela,
pero siempre permanece en el mismo sitio, movimiento paralizado y continuo, una
paradoja temporal. Cirujano preciso y temperamental que, a veces, forma parte
de nuestro viaje en este mundo; “no hay recuerdo que el tiempo no borre, ni
pena que la muerte no acabe”, Miguel de Cervantes. Y es que el hombre tiene
mucho tiempo con el paso de los años, pero más tiempo posee el propio tiempo al
que nunca le falla la puntualidad.
Tiempo al tiempo, ¿para qué darle
más de lo mismo a algo que lo tiene todo? Si acaso dame tiempo a mí que me hará
más falta. Plasticidad absoluta incluso en los casos en los que las dichosas y
frágiles manecillas del reloj marcan nuestro destino y, las pautas a seguir en
cada instante. Ya lo dijo Henry Ford: “cuando pensamos que el día de mañana
nunca llegará, ya se ha convertido en el ayer”.
La inexistencia del presente marca nuestros genes, somos presos de un
pasado al que no podemos llegar, y de un futuro que ansiamos y que, por la
velocidad atlética del tiempo, pronto termina en transformarse en el ayer. El
tiempo vuela sí, pero también corre, y nosotros nunca lo alcanzaremos, aunque
pase a nuestro lado.
Ajetreos varios cada día,
deshacerse de las sábanas temprano, el despertador tiembla cuando le llega el
tiempo, es una esclavitud temporizada. Estamos anclados al dios Cronos cada vez
que miramos nuestras muñecas. Esposas que marcan una hora, una cuenta atrás
hacia algo que no sabemos, solo lo sabe el tiempo.
Si corres atrás en el tiempo es una
acción tan innecesaria como inútil. Es como querer atravesar un muro de
hormigón. No mires hacia delante, es de idiotas, porque cuando hacemos eso lo
que realmente ocurre es que dejamos escapar aún más el tiempo, se esfuma de
nuestras narices, emprende la huída.
Se suele decir que el tiempo se
acaba, y no es cierto. Lo que finaliza es nuestro turno, nuestras
oportunidades. Aún así, algunos insisten en la idea de que hay tiempo para
todo. Segundos, minutos y horas infinitas de las cuales nos pertenecen una mísera
porción. No hay tiempo para poder hacer todo lo que te propongas, solo optamos
de un tiempo destinado a pensar qué vamos a hacer al siguiente segundo, una
pérdida de tiempo.
¿Acaso nos pertenece el tiempo?
Lo consideramos como algo propio mientras todo lo que no logramos percibir se
ríe de nosotros y de nuestra ignorancia, “somos hijos de nuestro tiempo”, José
Ortega y Gasset, y como buenos progenitores le debemos nuestro respeto y
obediencia. Estamos atrapados en sus estrictos reglamentos y dictatoriales
normas.
Pensamos que somos capaces de
comprar un poco de tiempo, lo hacemos tangible. Nos obcecamos en ganar algo de
tiempo para nuestro disfrute, el consumismo llega a tales extremos que creemos
que todo es mercancía pero… qué caro es el tiempo, causa de todos los males, un
día nos sobra, y a la mañana siguiente nos falta y necesitamos ganarlo. Es
imposible apoderarnos de un tiempo atemporal. Somos súbditos de unas decisiones
manipuladas por una constante, el tiempo pone a cada uno en su lugar.
Ahora el tiempo se me termina
igual que a los que me rodean y, a los que no. No requerimos de ninguna máquina
del tiempo creada por nuestra mente en forma de pensamientos y evocaciones. Lo
más gratificante es saber que el tiempo está ahí y que formamos parte de él, no
nos enfrentemos a él, no le entendamos, así que tampoco intentemos negociar con
él. Solo ignorémosle y metamos nuestra velocidad, quizás sea tiempo de cambiar.
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