Eterna promesa del fútbol, niño de
Fuenlabrada e hijo predilecto del Atlético de Madrid. Un día decidió emigrar al
ambiente sombrío de la tierra mojada londinense. La nebulosa que cubre el techo
anglosajón ha terminado por cubrir a este delantero puro. Toda una vida pegado
al balón, 28 años dedicado a cuerpo y alma a este deporte engatusador de espectadores.
Unas veces alabado, otras odiado por una hinchada que no atiende razones.
Desde su desembarco en el Chelsea
de Román Abramóvich,
se depositaron en él unas expectativas
que rondaron los 58 millones de euros. Ahora todo este capital no vale nada
para defender unos colores nacionales, amarillo y rojo. El debate acerca de la
preselección de Fernando Torres en los entrenamientos de la selección española está
en la calle. No le avala la conquista de la cima europea con la Champions, o el
haber conseguido uno de los premios más cotizados en Inglaterra: la FA Cup. Ni
siquiera el honor de ser el mejor jugador en aquella final de la Eurocopa de 2008, que dio
comienzo a toda una historia de leyenda para España. Su peso se sustenta en la
lacra que supone ser, en la Selección, el segundo peor promedio goleador entre
delanteros, con un gol cada 187 minutos disputados,
solo superado por Butragueño, que anotaba un tanto cada 209 minutos.
Torres no se siente a gusto con
los blues. Sus declaraciones lo dejan
claro: «Este año no he tenido el rol que pensaba que iba a
tener». Y es que un jugador cuya función y ambición es encajar
goles, no puede mantenerse con una media de seis goles en una temporada.
Y aquí surge la pregunta que muchos se hacen: ¿Por qué
Fernando Torres y no Raúl González? Un jugador que, pese a sus 34 años, lo ha
dado todo en un modesto club alemán llevándolo a semifinales de la Champions.
El ex madridista quizás se merezca más abanderar a su país, y no un delantero
cuya función es vagar por un campo en una final de Liga de Campeones, o filmar
anuncios de Pepsi durante la campaña.
Una cara bonita no sirve para representar a unos aficionados deseantes
de presenciar espectáculo y no una reunión de jóvenes en un terreno de juego. Los
jóvenes no nos podemos agarrar como un clavo ardiendo a una esperanza de algo que
puede llegar a ser y nunca ha sido.
En este mundo futbolístico adulterado por el dinero y la fama
cuesta llegar a lo más alto. Lo peor de todo no es coronarse, sino mantenerse
en activo rindiendo a gran nivel. Sin embargo, a cada uno le llega su tiempo y
hay que saber cuándo se deben dar oportunidades a otros jugadores. Fernando
Torres se está derrumbando en el fango del césped, eso debe comprenderlo cuanto
antes.
El niño crece, la ambición desvanece. Las críticas avanzan, las fuerzas
flaquean. Lo que antes eran buenos cimientos, ahora se llenan de grietas y caen
al ser derribadas por los trabajadores ilusionados con los nuevos materiales
sustitutivos. Ley de vida, ley del fútbol.
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