Me derrito. Una incesante ola de calor inunda mi habitación. ¿Estaré en el desierto y mi dormitorio es un espejismo? Me atuso la barba, ya espesa y con alguna cana, y me convierto en un náufrago de mi propio hogar. Un loco encerrado en cuatro paredes que a veces tiene un receso para deambular por la acera equivocada de la calle.
Sufro agotamiento pronunciado, mi
diagnóstico es claro y convincente. La solución, no hacer nada del otro mundo
ni de este. Una conversión de humano a planta, como un vegetal el único
movimiento que hago es un ligero aspaviento en busca de luz. Aunque yo soy más
de sumergirme en la cueva. Bajo persianas, acabo con la luz, la oscuridad se hace visible y la penumbra me tranquiliza.
Ahora nadie puede verme.
Mi escondite no secreto en el que
pasar las horas muertas. Soy un moribundo de este mundo en una espera
interminable. Durante el día salgo a la luz, por la noche a dormir en mi ataúd
con sabanas, la antítesis de cualquier vampiro tan hiriente como necesaria.
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