Ya ha empezado la Eurocopa. Un
único punto focal, el televisor. Concentraciones masivas en terrazas, bares o
cualquier salón. Esperas eternas hasta que una imperfecta esfera de cuero es
introducida en una parcela marcada por tres palos.
Un coliseo romano con 22
gladiadores metro-sexuales que pretenden obsequiar a su país de procedencia, o
no, de un premio tan simbólico como poco representativo para la totalidad de un
Estado.
Este año se ha seguido una tónica
poco ortodoxa en la manera de vender esta competición deportiva celebrada cada
dos años. Los camareros dirigentes han servido el fútbol como alternativa a los
rescates y fallas en el sistema financiero español. Pretenden que tapemos todos
nuestros pensamientos en una intentona de mantenernos absortos siendo zombies
de la pequeña pantalla.
Unos andrajosos espectadores con
únicamente dos colores en la vestimenta, rojo y amarillo. El fervor llega
incluso a la carne con un maquillaje que tatúa durante unos minutos el ansia
por ganar. Un carnaval sin fecha. Un ritual a seguir con casi pleno permiso
para la extrema celebración de la devoción.
¿Nos tenemos que sentir
representados? Parece ser nuestra obligación y, a veces, lo que nos identifica
es justamente lo contrario. Veneración a unas personas que no sufren la crisis
tal y como cualquiera de nosotros la conoce. Yo no me identifico con esas
personas individualmente.
Pero tienen rasgos a resaltar, la
unión. Unidad ejemplificada en el juego, valores de vida vistos en un campo de
100 metros con obstáculos. No separemos conceptos, quizás esa es la idea veraniega de los
“profesionales” de la política. Cojamos aspectos necesarios de aquello que nos
va a hipnotizar estos días calurosos y hagamos que atraviesen el plasma para
adentrarse en nuestra realidad. Un escenario plagado de injusticias varias y de
rescates que acaban en un precipicio. Vamos a mover la pelota, hilvanar jugadas
fluidas que desemboquen en al menos una oportunidad de gol. Una posesión de
balón con toques de todos los jugadores, todos merecen y deben ser participes,
el porcentaje aumenta cuantos más jugadores participen. Impedir las embestidas
del rival, no darles esperanzas y acabar con ellos y con el desastre de
este siglo XXI, siempre y cuando el árbitro no ponga objeciones. Un colegiado
que esperemos sea de fiar y no resulte ser un mercenario vendido por los
mercados.
La competición ha comenzado, pero
ni tan siquiera terminará el día 1 de julio.
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