Necesitamos de pocas cosas para
seguir con vida, pero lo que no forma parte intrínseca de nuestro ser es
concebir un halo de amabilidad. Fuimos creados para lograr una meta, consecutivamente
van incorporándose dichos objetivos en vitrinas individuales. Pero lo que hay
que tener claro es que si algo queremos debemos hacerlo nosotros mismos.
Cabezas colgadas en la pared,
fotografías agujereadas de clavar dardos. Si fuera por nosotros aprenderíamos a
hacer vudú como entretenimiento diario. Malas intuiciones, peores intenciones
surgen en cada apretón de manos. Pero a todos nos ha pasado, es muy común, que
vemos un espectro de persona y solo con un rápido análisis de sus gestos y lo
poco que habla ya le ponemos una cruz marcándole de por vida. Una sensación de
desahogo al saber que no conoces a esa persona. Inapetencia a todo lo cercano a
él, mantienes siempre la distancia no quieres pertenecer a su círculo, te
encargas de huir lo más lejos posible pero siempre en estado de vigía.
Una sociedad llena de palurdos
como yo que creen en la buena voluntad. Somos unos 6.500 millones de habitantes
y te sorprenden los que no deberían de hacerlo. Egoísmo a raudales por la
calle, intentas anticiparte pero las zancadillas se sitúan unas tras otras. A
veces se acerca alguien para darte una palmada en la espalda, cierto, pero al
más tarde descubres que ese ligero golpe te arrastraba de cabeza al precipicio.
Puñaladas traperas que ni los chinos venden, o quizás se agotaron las
existencias, mira que es difícil en un bazar que ocurra eso…
Empiezo a desconfiar de la
confianza, fiarse de alguien se tasa caro y apenas existe un nutrido surtido de
validez humana. Se están perdiendo unos valores que hace tiempo aprendimos y
ahora los reconvertimos en una carrera en solitario. El testigo se perdió a
mitad de camino. Ahora prejuzgamos antes de conocer, y si entablamos relación,
juzgamos más y mejor.
Elección de personajes para
nuestra historia, pero teniendo claro que cada uno somos el protagonista y
héroe principal. Una novela con cada vez más antagonistas y menos escuderos que
libren la batalla contigo. No nos importa, primero yo, luego yo y después si
acaso yo. Llego a la conclusión de que preferimos aislarnos en burbujas
herméticas porque: mejor solos que bien acompañados.
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