La ruleta de la suerte, la
tómbola de la vida, tengo boletos de todo y nunca me toca nada. Soy un
desgraciado en un mundo de inoperantes personajes. Actores con funciones
limitadas y sin capacidad para la improvisación. Llega la feria, ahora subo a
la noria y me transporta a lo más alto, me siento bien. Poco a poco voy
bajando, vuelta a la normalidad. Le cedo el turno a la montaña rusa, segundos
en los que soy Dios e instantes posteriores cuando paso a ser la mierda de los
zapatos de cualquier ser superior. Pero la mayor putada es que siempre regresas
al mismo lugar y en la misma posición, ataviado con arneses rezando para que no
se suelten.
Pasando por las atracciones veo
gente con experiencia en sus garitas, mentirosos de profesión que intentan
atraer gente sin motivación alguna. No les culpo, es su trabajo. Escopetas mal
calibradas como la de Froilán, mira mal, y acertarás. ¡Payasos! Gente
enmascarada tras un maquillaje satánico dispuestos a evadirte de tus
preocupaciones incitándote a pensar en situaciones inverosímiles, ¿te suena
esto Rajoy?
Regalos de consolación caen a mis
manos. Son las pequeñas palmadas en la espalda al decirte que al menos lo
intentaste. Competitividad en estado puro, gente con traje y su pareja
dispuestos a fardar de masculinidad, el dinero lo puede todo. Si los
participantes del rodeo circense tuvieran dinero no tendrían que mentir para
ganarse la vida, no les haría falta pintarse y divagar con tonterías. La vida
está engendrada para la actividad de unos personajes extraños del circo
extrapolables al ambiente real en forma de individuos ordinarios. La vida es un
Estado y estado de broma.
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