Todos somos seres activos que
vivimos en sociedad. Compartimos historias a la par que objetos, e incluso
animales. Pero en ciertas situaciones se nos apodera el egoísmo, es normal,
somos humanos se podría decir. Pero ahora bien, ¿por qué tengo que compartir
algo que yo no quiero? Y en este caso me dedico a todas esas personas, ejem
abuelos, que con la agradable compañía de sus perros sarnosos, deciden regalar
a las suelas de mi calzado un saludable y decoroso unto de mierda pura de todas
las consistencias y temperaturas posibles.
Nuestros paseos se convierten en
una pantalla del Mario Bros, un nivel a superar. Cuando no son obras, son
atascos y si no, mierdas en tus zapatos. Un pincho moruno haría a todos esos
que creen que el perro recoge sus propias heces, y se lo daría en la cena. Rica
proteína engendrada por la madre tierra.
Es hora de admitir que nos puede
más la vagancia que la moral. Todo lo que cueste menos tiempo y esfuerzo será
la opción a escoger. Los pocos valores que podamos perder son los que echamos a
la basura, los perros quedan impunes ante el desprecio, del que sujeta la
correa, hacia los demás.
Al final habrá que obligar a los
dueños permisibles a ser como la mujer de la película Pink Flamingos para erradicar esta plaga de “truños” por el suelo,
monumentos olorosos que recorren la ciudad.
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